El tiempo es un bien preciado, pero a menudo parece jugar en nuestra contra. Las horas se desvanecen como segundos, el tic-tac del reloj se desliza como en los relojes derretidos de Dalí, y la aceleración del mundo moderno amenaza con borrar el valor esencial de la paciencia y la dedicación. Vivimos en una época donde todo ha tomado una velocidad vertiginosa, y con ella han crecido los ladrones del tiempo. Como bien dice la periodista Mariana Toro: “Cuando nos roban el tiempo, nos están robando la libertad”.
Nuestra sociedad está marcada por agendas sobrecargadas.El trabajo, la educación de los hijos, las responsabilidades del hogar, las reuniones y actividades en la iglesia nos hacen exclamar: “No tengo tiempo ni para respirar”.
Y en medio de esta vorágine surge una pregunta ineludible: ¿en qué estamos invirtiendo nuestro tiempo?
La Biblia nos exhorta a administrar bien nuestro tiempo:
Cuando nos roban el tiempo, nos están robando la libertad.
“Aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos” (Efesios 5:16).
Si bien dedicamos poco tiempo a la evangelización, el discipulado recibe aún menos atención. Sin embargo, esta labor fundamental requiere entrega, constancia y, sobre todo, tiempo. No podemos formar discípulos en la fe con prisas ni relegar esta responsabilidad a un espacio residual de nuestras agendas. Jesús mismo nos dejó el mandato claro:
“Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mateo 28:19).
Pero el discipulado no es solo transmitir conocimiento, sino también invertir tiempo en acompañar, guiar y fortalecer la fe de otros. El apóstol Pablo entendía esto bien cuando escribió:
“Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros” (2 Timoteo 2:2).
Si no damos tiempo al discipulado, estamos descuidando una parte esencial de nuestra misión.
Sin darnos cuenta, hemos olvidado que servir al Señor es una inversión de tiempo, y este ha de ser de calidad. Jesús dedicó tiempo a sus discípulos, caminó con ellos, les enseñó con paciencia y amor. ¿Cómo podremos hacer discípulos si no seguimos su ejemplo?
Es momento de replantearnos nuestras prioridades. Si el tiempo parece jugar en nuestra contra, hagamos que juegue a nuestro favor. No debemos someternos a la tiranía del tiempo, sino aprender a gestionarlo con sabiduría para que sirva a los propósitos de Dios en nuestra vida.
Este artículo nace de una experiencia personal. Hace poco, un joven aceptó a Jesús y me pasaron su contacto para hablar con él y hacerle seguimiento. Mi pensamiento inmediato fue: “Tengo que llamarlo, tengo que sacar tiempo”. Pero entre las obligaciones diarias, luchar por encontrar un hueco me hizo reflexionar profundamente. Si no damos tiempo al discipulado, estamos descuidando una parte esencial de nuestra misión.
Dediquemos tiempo al discipulado. Al final, el tiempo que invertimos en el Reino de Dios nunca será tiempo perdido, sino la mejor siembra que podemos hacer para la eternidad.
Carlos Villa – Promotor nacional TCCH