En los relatos de Pablo vemos claramente su profunda relación con la cruz de Cristo. El apóstol no se propuso saber otra cosa que no fuera Jesucristo y este crucificado. Rechazó gloriarse en cualquier cosa que no fuera la cruz; toda su vida y predicación giraban en torno a ese sacrificio redentor. Pablo se oponía firmemente a aquellos que banalizaban o contradecían el mensaje de la cruz, lo cual le causaba llanto y tristeza. Además, sentía la necesidad de advertir a las iglesias sobre estas personas.
Un claro ejemplo de esto lo encontramos en su carta a los filipenses, donde dice: “Porque por ahí andan muchos, de los cuales os dije muchas veces, y aún ahora lo digo llorando, que son enemigos de la cruz de Cristo” (Filipenses 3:18).
Aunque Pablo ya había advertido sobre este tipo de personas en varias ocasiones, es en este texto donde, por primera vez, se refiere a ellos como “enemigos de la cruz”. Estos enemigos eran muchos y andaban “por ahí”. Este término no hace referencia a un lugar físico, sino a individuos dentro de la comunidad cristiana que, aunque no ocupaban una posición visible de liderazgo, ejercían una influencia peligrosa sobre los creyentes.
“Porque por ahí andan muchos, de los cuales os dije muchas veces, y aún ahora lo digo llorando, que son enemigos de la cruz de Cristo”
¿Quiénes eran estos enemigos de la cruz? Por un lado, estaban los judaizantes, quienes ponían más énfasis en los rituales y la ley mosaica que en la obra de Cristo.
Por otro lado, había aquellos que, aunque aparentemente aceptaban el mensaje de la cruz, vivían según sus deseos carnales, sin una transformación de vida genuina . En Filipenses 3:19 vemos algunas características de estos individuos. “El fin de los cuales será conforme a sus obras; el dios de ellos es el vientre, y su gloria está en su vergüenza; que sólo piensan en lo terrenal.”
Hoy en día, tristemente, los enemigos de la cruz siguen existiendo. Son aquellos que no valoran la predicación de la cruz, alteran el mensaje para su propio beneficio, o cuya vida no refleja el poder transformador del sacrificio de Cristo.
Estas influencias pueden provenir de ideologías externas o de enseñanzas erróneas dentro de la iglesia, pero siempre distorsionan el mensaje central del evangelio: la obra redentora de Cristo en la cruz. Recientemente escuché a alguien decir: “Se debería hablar menos de la cruz”, lo cual me pareció espeluznante.
Es fundamental que la cruz siga formando parte de la vida cristiana y que no se reduzca a un simple símbolo decorativo para muchos. El mensaje de la cruz implica transmitir el motivo, el resultado y el significado de esta obra. Jamás debemos obviarla ni anularla.
Si algo debemos proponernos como creyentes, es predicar a Cristo y este crucificado. Te invitamos a unirte a nosotros en esta misión, proclamando con valentía y pasión el mensaje que transformó nuestras vidas: La palabra de la cruz.
Carlos Villa – Promotor ministerial TCCH