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No seas rebelde

Ezequiel fue llamado por Dios para ser profeta en Israel, a ejercer su ministerio en medio de un pueblo rebelde, de rostro endurecido y empedernido corazón. Y le dijo: “Aunque te encuentras entre zarzas y espinos, y moras con escorpiones; no temas delante de ellos, porque son una casa rebelde”. Y sigue diciéndole: “Les hablarás, pues, mis palabras, escuchen o dejen de escuchar… Pero tú, hijo de hombre, oye lo que te hablo; no seas rebelde como la casa rebelde; abre tu boca y come lo que yo te doy” (Ezequiel 2:3-8).

Quizá estés pensado que estas palabras describen al pueblo español: que resiste al evangelio, que no desea escuchar, que rechaza la palabra de Dios, que no se quiere salvar… La verdad es que eso es lo que hace la mayoría. También es verdad que tú, como el profeta Ezequiel, has sido puesto por Dios en el lugar donde habitas para ser luz y sal, y para hablar toda la palabra de Dios, escuchen o dejen de escuchar.

Todos los llamados y escogidos en Cristo tenemos la responsabilidad de proclamar el evangelio en el lugar donde vivimos, a gente de duro rostro y corazones empedernidos por el engaño del pecado. Y la palabra de Dios nos dice lo que le dijo al profeta: no les temas, ni tengas miedo de sus palabras, no seas rebelde.

En estos momentos, nosotros, la iglesia del Señor, somos llamados a la función profética de señalar el pecado inherente a la condición humana y, por ende, a mostrar la urgente necesidad que todos tenemos de arrepentimiento para recibir, por gracia, el perdón y la salvación que Dios ha provisto mediante la fe en el sacrificio expiatorio de Jesucristo.

“Todos los llamados y escogidos en Cristo tenemos la responsabilidad de proclamar el evangelio en el lugar donde vivimos, a gente de duro rostro y corazones empedernidos por el engaño del pecado."

El arrepentimiento genuino implica un cambio de dirección, y eso es lo que Dios espera de quienes se acercan a Cristo y quieren escapar de la ira venidera que le espera a este mundo rebelde y contradictor. “Porque Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de ignorancia, ahora manda a todos los hombres, en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por medio de aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos” (Hechos 17: 30-31). No es una invitación, es un mandato.

El apóstol Pablo, tras relatar ante el rey Agripa su encuentro y conversión a Cristo en el camino a Damasco, dice: «Por lo cual, oh rey Agripa, no fui rebelde a la visión celestial, sino que anuncié primeramente a los que están en Damasco, y Jerusalén, y por toda la tierra de Judea, y a los gentiles, que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento» (Hechos 26:19-20). Imitemos su ejemplo.

Carlos Villa
Promotor ministerial

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