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SAL DE LA TIERRA

Durante el periodo vacacional, tuvimos la oportunidad de visitar varias salinas. Sus imponentes y brillantes montañas de sal, los paisajes teñidos de colores únicos, y la elegante presencia de flamencos nos invitaban a la reflexión, no solo por la belleza del entorno, sino también por la importancia del elemento que daba vida a ese lugar.

Jesús compara a sus discípulos, y por ende a nosotros como cristianos, con la sal. Este es un elemento esencial con múltiples usos a lo largo de la historia y en diferentes culturas. En la época de Jesús, la principal función de la sal era preservar los alimentos, evitando o retrasando su descomposición y putrefacción. Pero, ¿qué significa ser sal? En un mundo que se corrompe rápidamente, cada creyente actúa como la sal que preserva y ralentiza el proceso de putrefacción mediante la verdad de su palabra y la proclamación del evangelio. Mientras el mundo se desvanece en su decadencia, la Iglesia permanece firme en pureza y verdad. En resumen, ser sal es vivir y actuar como Jesús.

¿Para quiénes somos sal? En nuestra cultura es muy común poner la sal en un salero; estos pueden ser de diferentes materiales, formas y colores. A menudo, junto con la sal, se añaden unos granos de arroz para evitar que se humedezca y se endurezca. Somos la sal de la tierra, lo que nos ubica en un lugar hacia afuera; significa salir del recipiente en el que estamos almacenados. ¿De qué sirve la sal si permanece inutilizada en el salero? Lamentablemente, en estos tiempos, muchos creyentes se encierran en los lugares de culto, añadiendo granos de entretenimiento y activismo.

Una sal que permanece inactiva es como aquella que se desvanece y es pisoteada por los hombres. Aunque la sal no puede deteriorarse en su esencia, puede perder su efectividad si no se utiliza o si se destina a un propósito diferente al de preservar. En tiempos de Jesús, la sal (quizás aquella que estaba en las rocas y se mezclaba con yesos u otros minerales) también se usaba en el templo durante los fríos y nevados inviernos de Jerusalén; este era el tipo de sal que para nada servía y que era pisoteada por todos.

Recuerda que eres sal de la tierra, destinado a preservar, transformar y dar sabor.

Recuerda que eres sal de la tierra, destinado a preservar, transformar y dar sabor. Reflexiona profundamente sobre si estamos confinados cómodamente en el salero o si estamos dispuestos a salir y cumplir activamente con el propósito de Dios en un mundo que, sin duda, se corrompe a una velocidad vertiginosa.

Carlos Villa
Promotor ministerial

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