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¿QUÉ NOS MUEVE?

Cada día te levantas y te preparas para ir al trabajo o al centro de estudios. Algunos días, también asistes a reuniones de la iglesia, participas en diferentes actividades y sirves en ella. Estás en constante movimiento, realizando múltiples actividades, pero ¿qué nos motiva o nos mueve a hacer todo lo que hacemos?

Los fariseos eran personas que iban a la sinagoga para orar, algo que es bueno y necesario. Sin embargo, lo que les movía a hacerlo era el reconocimiento y el protagonismo, y eso es malo. Cuando Jesús realizó el milagro de la multiplicación de los panes, muchas personas se movilizaron y comenzaron a seguirlo. Puede parecer increíble, pero la verdad es que la motivación era egoísta. Hay muchos que van a la iglesia y sirven impulsados por el dinero, el reconocimiento, la satisfacción personal, el sentirse parte de una comunidad, la obligación, etc. Pero ¿qué es lo que debe mover al creyente?

Cuando Pablo estuvo en Atenas durante su segundo viaje misionero, en el Areópago (lugar de gran relevancia para la filosofía), hizo una exposición increíble del evangelio. Además de usar como referencia aquella imagen del dios no conocido, el apóstol mencionó algunos escritos poéticos que ellos conocían, dándoles un giro para transmitir una verdad en la que se fundamentaba su vida.

“Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos; como algunos de vuestros propios poetas también han dicho: Porque linaje suyo somos” (Hechos 17:28)

Para él, Cristo era su razón de vivir y de ser; por tanto, toda acción y decisión estaba sometida a la voluntad de Dios. Todo movimiento era en él, por él y para él. En el capítulo 16 de Hechos, ya desde el inicio de ese segundo viaje, Pablo quería moverse a Asia para predicar el evangelio. Podríamos pensar que esto es bueno, pero el texto dice que les fue prohibido por el Espíritu Santo ir a ese lugar. Qué buen ejemplo el del apóstol, pero no mayor que el que tenemos en Cristo.

Reflexionemos en aquello en lo que nos movemos: si es bueno, prioritario y conforme a lo que Él nos manda.

Asegurémonos de que nuestra motivación e impulso están en Dios y bajo su voluntad. No nos dejemos mover por nuestras emociones, sentimientos e intereses; no seamos impulsados por pensamientos de hombres e ideologías, sino por la palabra de Dios junto a la guía del Espíritu Santo.

Y recuerda: “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís” (Colosenses 3:23-24).

Carlos Villa
Promotor ministerial

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