Justicia de Dios
Ahí estaba ella, con los ojos tapados, con una balanza en una mano y una espada en la otra. Sí, ella, la justicia, parecía tener sus ojos más velados que nunca, la espada poco afilada y la balanza estropeada, porque vivimos en un mundo marcado por la injusticia.
Clamamos por justicia, pero ¿estamos seguros de lo que significa? ¿Cómo definirla cuando en nuestro contexto social parece ser tan compleja, diferente y relativa? Muchos se consideran justos porque presumen de amarla, de buscarla y ponerla en práctica. Pero la verdad es que “no hay un solo justo, ni siquiera uno” (Romanos 3:10).
Los escribas y fariseos creían ser rectos y justos, pero la injusticia residía en sus corazones. Acusaban a Jesús de incumplir la ley, pero el Señor no sólo cumplió la letra de la ley, sino que también nos mostró el espíritu y el propósito de la ley.
Él vino a encarnar la justicia de Dios y a desenmascar la injusticia que se esconde tras las apariencias.
La justicia es parte de los atributos divinos. Nadie puede ser justo ante Dios por méritos propios. Sólo por medio de la fe en Jesús el justo, somos justificados los injustos. Esto es el evangelio.
“Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá” (Romanos 1:17)
Si deseamos un mundo más justo, debemos predicar el evangelio para que quienes nos rodean conozcan a Jesucristo el justo, y sean hechos justicia de Dios en él. “Al que no conoció pecado, por nosotros le hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21).
Todavía hay muchos que deben recibir el anuncio de la gracia de Dios y ser hechos justicia de Dios en Cristo. Los cristianos somos llamados a anunciar la abundante gracia de Dios en Cristo. Gracias por acompañarnos en la común tarea de proclamar el evangelio.
Carlos Villa
Promotor ministerial